Todo empezó con una foto: “enseña uñas”. Clara no se había hecho la manicura para acabar abanicando sus dedos como si fueran la obra cumbre del Renacimiento, pero ahí estaba, apuntando con sus uñas fluorescentes al cielo, como si acabara de invocar a Beyoncé en una rave rural. Su amiga Leti, fotógrafa amateur con tendencias barrocas, decidió que aquello merecía una serie.
—Hazme una más, pero artística, ¿vale? —pidió Clara.
Así nació la segunda imagen: “retrato tras un violín”. ¿Que Clara no sabía tocar el violín? Da igual. Lo importante era que el instrumento cubría lo justo su escote, en un intento de parecer musa de Paganini, aunque más bien parecía que se había peleado con la orquesta.
Como Leti se venía arriba con cada click, propuso:
—Tú túmbate que yo hago magia—y sin más, Clara terminó en “posando sobre la hierba”, con el pelo como un anuncio de champú low-cost y rodeada de hormigas que no entendían por qué una humana invadía su picnic.
Pero lo mejor vino después: mientras caminaban hacia el coche, un viento travieso (o una intención mal disimulada del ayudante de Leti, llamado Rubén) provocó la siguiente instantánea: “le pilla el vestido y la desnuda”.
El vestido voló como bandera blanca, y Clara se quedó con más piel al aire que en un spa naturista.
—¡Esto es arte conceptual! —gritó Leti mientras disparaba la cámara como si fuera una guerra.
Buscando consuelo y ropa interior, se refugiaron “dentro del coche”, un Seat Ibiza del 2001 con más misterios que un capítulo de Cuarto Milenio. Allí Clara posó entre bolsas de patatas y ambientadores con forma de pino.
—La belleza se encuentra en lo cotidiano —musitó Leti, aunque tenía una patata frita pegada al objetivo.
La sesión continuó con una parada “tras un antiguo depósito”, donde Clara fingió nostalgia por un pasado que nunca vivió. Con cara de yo antes vivía en la posguerra, miró al horizonte mientras un gato callejero la juzgaba desde la sombra.
El clímax artístico llegó con “poses con poca ropa tapando poco”, en ruinas que parecían decorado de peli posapocalíptica. Clara, semidesnuda entre escombros y grafitis que decían "Paco estuvo aquí", elevó el concepto de decadencia con glamour.
Pero faltaba el detalle estrella: Leti trenzó el pelo de Clara con una flor mustia y una ramita seca y gritó:
—¡Ahora sí! “Trenza” es la clave, es el símbolo de conexión con la tierra, con lo femenino…
—Y con las liendres —añadió Rubén, siempre a tierra.
El reportaje acabó con “miradas”, muchas, desde la gente del pueblo que pasaba en bici preguntándose si estaban grabando una serie checa de los 90. Clara devolvía esas miradas con aire enigmático, como diciendo: “yo soy arte y tú solo compras pan”.
Esa noche, Leti subió todas las fotos a una galería online titulada "Desnudez emocional y gluten".
A la semana, Clara se volvió viral en Twitter.
A los dos días, su madre la desheredó.
Y al mes, Clara fue fichada por una marca de cremas para codos.
Ironías del destino: enseñó uñas, y acabó mostrando mucho más.
Peter Muller

























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